VIDA BROTO DE LA MUERTE

“Después
de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la
Escritura se cumpliese: Tengo sed. Y estaba allí una vasija llena de vinagre;
entonces ellos empaparon en vinagre una esponja, y poniéndola en un hisopo, se
la acercaron a la boca. Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado
es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu” (Juan
19: 28-30).
“Consumado
es.” Este es el momento… el momento culminante que cambió la historia de este
mundo para siempre. En ese instante Cristo quitó para siempre la garra
despiadada de la muerte que el enemigo había puesto sobre cada uno de nosotros.
Fue el segundo que definió un nuevo camino para que Dios pudiera reconciliarse
con la humanidad perdida después de siglos de separación como resultado del
pecado. Creó para nosotros la oportunidad de ser transformados de criaturas
condenadas, perdidas y sin esperanza a ser hijos de Dios, vindicados,
exonerados, libres. Fue la batalla que definió nuestro destino eterno. Sí, todo
se había cumplido.
El
día antes de la crucifixión miles de corderos habían sido sacrificados en los
atrios del Templo. La sangre de los sacrificios excusando los pecados del
pueblo había sido derramada como cada año. Tanta sangre era derramada en estos
sacrificios que el lateral del Templo hacia el Valle de Cedrón era cubierto en
sangre. Los romanos sentían temor ante tal espectáculo. Herodes había mandado a
construir un acueducto especialmente para lavar la sangre que corría por el
lateral del Templo. Es muy interesante notar que todavía el mundo quiere borrar
este poderoso recordatorio del terrible precio del pecado y sus consecuencias.
El
Jardín del Getsemaní estaba al otro lado del Valle de Cedrón. Jesús y sus
discípulos tuvieron que atravesar un arroyo tintado con sangre camino al lugar
donde Jesús sudando sangre pidió al Padre ser eximido. El peso del pecado de
cada uno de nosotros y de toda la humanidad era insoportable para él. ¿Qué pasó
por su mente mientras caminaba hacia el jardín? “Mañana mi sangre será
derramada…” Aquel arroyuelo manchado de sangre era un recordatorio de los sacrificios
de la Pascua. Tuvieron que haberlo pasado nuevamente de regreso a la ciudad
mientras Jesús era conducido por los soldados. Los mismos soldados que
temblaron cuando en el jardín El Gran Yo Soy dijo: “Yo soy a quien buscáis”
Eran
las tres de la tarde. Era la hora del sacrifico vespertino…
Cuando
los labios de Cristo exhalaron el fuerte clamor: “Consumado es”, los sacerdotes
estaban oficiando en el templo. Era la hora del sacrificio vespertino. Habían
traído el cordero para ser sacrificado. Ataviado con sus vestiduras
significativas y hermosas el sacerdote estaba con el cuchillo levantado. Con
intenso interés el pueblo miraba desde el patio. Pero la tierra tembló y se
agitó. Con un ruido desgarrador, el velo interior del templo fue rasgado de
arriba abajo por una mano invisible, dejando expuesto a la mirada de la
multitud el lugar que fuera una vez llenado por la presencia de Dios.
Todo
era terror y confusión. El sacerdote estaba por matar la victima; pero el
cuchillo cayó de su mano enervada y el cordero escapó… Estaba abierto el camino
que llevaba al santísimo. Ya no necesitaba la humanidad perdida y entristecida
esperar la salida del sumo sacerdote. Desde ese momento el Salvador iba a
oficiar como sacerdote y abogado en el santuario celestial. (EGW. “El Deseado
de Todas las Gentes” pág. 699.