UNA PERSPECTIVA CRISTIANA DEL SEXO 6/6

El hecho de que la
función del sexo en el matrimonio no es solamente para producir hijos, sino
también para expresar y experimentar el amor mutuo y la dedicación, implica la
necesidad de ciertas limitaciones sobre la función reproductiva del sexo. Es
decir, la función relacional del sexo, puede solamente permanecer como una
experiencia dinámica viable, si su función reproductora es controlada. Esto nos
lleva a otra pregunta: ¿Tenemos derecho de interferir con el ciclo reproductivo
establecido por Dios? La respuesta histórica de la Iglesia Católica ha sido un
rotundo “¡NO!” Sin embargo, la posición católica tradicional ha sido templada
por el Papa Pablo VI en su encíclica Humanae Vitae (Julio 29, 1968), en la cual
reconoce la moralidad de la unión sexual entre marido y mujer, inclusive en la
no dirigida hacia la procreación de hijos. Es más, la encíclica, al mismo
tiempo que condena los contraceptivos artificiales, permite los métodos
naturales de control de la natalidad como el conocido “método del ritmo”, el
cual consiste en confinar la relación sexual a los períodos no fértiles del
ciclo menstrual de la esposa.
La intención de la
encíclica Humanae Vitae de distinguir entre los contraceptivos “artificiales” y
“naturales”, considerando el primero inmoral y el último moral sugiere en sí
mismo un sentido artificial. En cualquier caso, es la inteligencia humana la
que previene la fertilización del huevo. Es más, rechazar como inmoral el uso
de contraceptivos artificiales, puede conducir al rechazo como conducta inmoral,
del uso de cualquier vacuna artificial, hormona, o medicación que no es
producida naturalmente por el cuerpo humano. David Phypers escribe: “Como la mayoría de las invenciones humanas,
la contracepción es moralmente neutral: lo que cuenta es lo que hacemos con
ella. Si la usamos para practicar el sexo fuera del matrimonio, o en forma
egoísta dentro del matrimonio, o si por medio de ella invadimos la vida privada
de otros matrimonios, podríamos efectivamente estar desobedeciendo la voluntad
de Dios y distorsionar la relación matrimonial.”
Sin embargo, si la
empleamos con el propio respeto por la salud y el bienestar de nuestro cónyuge
y nuestras familias, entonces puede elevar y fortalecer nuestros matrimonios.
Por medio de los contraceptivos podemos proteger nuestro matrimonio de las
tensiones físicas, emocionales, económicas y psicológicas que pueden producirse
por embarazos frecuentes, y al mismo tiempo podemos usar el acto del matrimonio
en forma reverente y amorosa, como fue la intención original, para una unión
permanente”.
Conclusión
La sexualidad humana
es parte de la hermosa creación de Dios. No hay nada pecaminoso en ella. Sin
embargo, como todas las buenas dádivas de Dios para los seres humanos, la
relación sexual ha llegado a formar parte del perverso plan de Satanás para
alejar a la humanidad de las intenciones de Dios.
En la relación del
hombre y la mujer que se acercan para llegar a ser “una sola carne”, la función del sexo es unificadora y procreadora.
Cuando se viola esa relación, cuando el sexo ocurre fuera de la relación
matrimonial, sea premarital o extramarital, violamos el séptimo mandamiento.
Eso es pecado, un pecado en contra de Dios, en contra de la otra parte y en
contra del cuerpo de uno mismo.
Pero la Biblia no nos
deja sin esperanza. Nos presenta la gracia de Dios y el poder para reponernos
de todo pecado que nos acosa, inclusive el sexual. A pesar de que el pecado
sexual deja una cicatriz en la conciencia, y le produce dolor a la otra
persona, el verdadero arrepentimiento puede abrir la puerta al perdón de Dios.
No hay pecado, por grande que sea, que la gracia de Dios no pueda sanar y
restaurar.
Todo lo que tenemos
que hacer es asirnos de esa gracia, porque ella nos capacita a utilizar el
potencial que Dios ha puesto en nosotros. Lo cual se aplica también al sexo. En
una época permisiva en la cual prevalecen la promiscuidad sexual y la licencia,
es imperativo que reafirmemos como cristianos nuestro cometido al punto de
vista bíblico respecto al sexo como una dádiva divina para ser gozada solamente
dentro del matrimonio.
Autor: Samuele
Bacchiocchi
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