UNA LEY QUE REFLEJA MI INTERIOR

“Dichoso el hombre que
no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en la senda de los pecadores
ni cultiva la amistad de los blasfemos, sino que en la ley del Señor se
deleita, y día y noche medita en ella” (Salmos 1: 1-2 NVI)
¿Cuáles son las razones por la que existe la Ley de Dios? La
Ley de Dios no salva ni justifica. La Ley sólo nos enseña cómo comportarnos y
como relacionarnos con Dios y el prójimo. De los Diez Mandamientos los cuatro
primeros nos enseñan como amar a Dios y los seis restantes como relacionarnos
con el prójimo. “Oye, Israel. El Señor nuestro
Dios es el único Señor –contestó Jesús-. Ama al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. El segundo
es: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. No hay otro mandamiento más importante
que éstos” (Marcos 12: 29-31 NVI).
La Ley es como un espejo que nos dice como estamos ante
Dios. “El que escucha la palabra, pero no
la pone en práctica es como el que se mira el rostro en un espejo y, después de
mirarse, se va y se olvida en seguida de cómo es. Pero quien se fija
atentamente en la ley perfecta que da libertad, y persevera en ella, no
olvidando lo que ha oído, sino haciéndolo, recibirá bendición al practicarla”
(Santiago 1: 23-25 NVI).
La Ley es un instrumento que usa el Espíritu Santo para
llevarnos a la conversión. “La ley del
Señor es perfecta: infunde nuevo aliento. El mandato del Señor es digno de
confianza: da sabiduría al sencillo” (Salmos 19: 7 NVI).
Otro objetivo de la Ley es enseñarnos que cosa es pecado. “Por tanto, nadie será justificado en
presencia de Dios por hacer las obras que exige la ley; más bien, mediante la
ley cobramos conciencia del pecado.” (Romanos 3: 20 NVI).
La Ley es un medio para demostrarle a Dios que sí lo amamos.
“Si ustedes me aman, obedecen mis
mandamientos…”. (Juan 14: 15 NVI).
Que tu oración este
día sea: Querido Señor, te agradezco porque en tu palabra has dejado un
medio para que dirija nuestras vidas, ayúdanos a serte fiel sobre todas las
cosas, en el nombre de Jesús oramos, amén.
Extraído del folleto: “Maravillas
de la ley de Dios” del mismo autor